Si marzo fue de Taylor Swift, abril es de Justin Bieber. Entre estrellas teen se mueve la escena de conciertos últimamente, y habrá quien no tarde en poner el grito en el cielo por que un chaval de 16 años, con un único disco en el mercado y apenas un año de trayectoria musical, haya sido capaz de movilizar unas cifras -tanto de fans como de beneficios- que otros artistas consagrados ni siquiera han imaginado en toda su carrera. A saber: 8 millones de seguidores en Twitter, 23'5 millones de amigos en Facebook, una biografía, un biopic recién estrenado y unos ingresos que superaron los 100 millones de dólares en un año. Sí, el canadiense es el último juguete de una industria -como en su día lo fueron Michael Jackson, Britney Spears o Lindsay Lohan- que se lo ha apropiado como nuevo ídolo teen para ponerlo a jugar en la misma liga musical que Lady Gaga, hoy por hoy la única capaz de hacerle sombra en cuanto a número de seguidores.
Para entender el fenómeno Bieber hay que retrotraerse un par de años, cuando Usher reparó en los vídeos caseros que el propio Bieber colgaba en YouTube y dio la señal a la compañía de discos de la que es socio, Island Records, decidido a explotar una nueva gallina de los huevos de oro. La cosa le salió bien al rapero porque con su debut, My World, Bieber se convirtió en el primer artista en tener siete sencillos de un álbum en el Billboard Hot 100. My World 2.0, su continuación, alcanzó las primeras diez posiciones en siete países y propició la gira My World Tour que pasará el 5 de abril por Madrid y el 6 por el Palau Sant Jordi de Barcelona. Lo mejor, a todas luces, es tomarse My World Tour como lo que es, un concierto de consumo rápido e inofensivo, cargado de espectacularidad y dirigido a un público -adolescente y no tan adolescente- que disfruta con la inmediatez y lo pegajoso de canciones como Baby, Somebody To Love o Eenie Meenie
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